viernes, 12 de abril de 2013

Naturaleza en Equilibrio

En este momento podríamos definir la felicidad como un estado de máxima realización personal. Sin reducir esa realización a una simple búsqueda del placer. Pero sí nos atreveríamos, quizá, a enmarcar todas nuestras acciones dentro de dos categorías tradicionalmente antagónicas: el bien y el mal.


Categorías opuestas de una dicotomía que no termina de tener una razón de ser eterna y universal. Porque el concepto del bien y el mal no ha permanecido inmutable a lo largo de la historia. Se le ha hecho depender del sujeto de la acción, del contexto y del objeto sobre el que recae la acción, e incluso se acepta como inescrutable cuando da la sensación de que no está en nuestra mano.

Recientemente he concluído que el bien y el mal son conceptos meramente humanos, terrenales y, como tales, limitados y temporales. Y que, por tanto, no deben tener excesivo peso sobre aquel concepto universal de felicidad. Es más, se me llegan a antojar que son leyes acordadas en sociedad y que evolucionan con ella.

Pero como el alcance de nuestras acciones va más allá de las relaciones humanas, y repercute además en el resto de la naturaleza, viva y muerta, entiendo que nuestra máxima realización personal tiene que ver más con una armoniosa relación con la naturaleza en su conjunto que con un riguroso cumplimiento de las leyes de los hombres.

Sobre todo si las leyes de los hombres atentan contra ese equilibrio al que constantemente tiende la naturaleza. Desequilibrio inducido del que tenemos más conciencia cuanto más analizamos el momento histórico en que nos encontramos por las circunstancias que atravesamos.

Hemos aprendido que el sistema económico global actual se basa en la competitividad entre seres humanos y en la explotación intensiva de recursos naturales y humanos, entre otros.

Que desregular esa competitividad conlleva aceptar el sacrificio parcial o total de los individuos precisamente menos competitivos, y en los términos en los que se compite. Y que no es posible el crecimiento continuo de la riqueza que se obtiene a partir de la explotación de unos recursos finitos.

Y por eso, cuando tomamos conciencia del desequilibrio que se produce en la naturaleza humana, debido a un desigual reparto de riquezas entre los menos instruídos en las reglas del mercado libre, y a la sensación de escasez que transmite la certeza de que los recursos son limitados, nos damos cuenta de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros en restablecer ese equilibrio.

Un equilibrio natural que, por otro lado, tiene mucho que ver con las circunstancias en las que tiene lugar nuestra felicidad personal.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Auxi. A veces me da la impresión de que son conceptos muy básicos, pero los comparto con toda mi buena fe.

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